viernes, diciembre 16, 2005

Introducción


La caída de Rómulo Augústulo en 476 d.C. y con él la del Imperio Romano de Occidente, no significó el fin del legado de Roma, éste siguió vivo en el Imperio Romano de Oriente, rebautizado por los historiadores de los siglos XVII y XVIII como Imperio Bizantino. Desde que Constantino funda Constantinopla sobre la antigua colonia griega llamada Bizancio, a principios del siglo IV d.C. y la definitiva separación del Imperio entre Oriente y Occidente en 395, por Teodosio, hasta la caída de Constantinopla en manos otomanas en 1453, se desarrolló un estado que fue durante mucho tiempo la potencia más importante de la Edad Media y sin duda la cabeza de la creación y el apogeo cultural en su tiempo, que se caracterizó por continuar los legados romano y griego, ambos combinados (aunque con predominio de lo griego) y con la fuerte impronta del Cristianismo, religión oficial del Imperio.